Puede extraerse de esta serie fotográfica, la existencia de un relato común, que gira en torno a la idea del hogar fragmentado, del espacio doméstico herido en su propia alma. Esta idea de la casa como espacio de clausura y claudicación, acoge tras su poética, experiencias vitales que van desde la infancia maltratada, hasta la vejez solitaria, pasando por la vida conyugal claustrofóbica o el confinamiento doméstico como consecuencia de un prolongado desvarío emocional.
Se advierte, por lo tanto, bajo las brumas de lo invisible o entre cielos tempestuosos, la fragilidad y el desequilibrio de quienes se hallan a la deriva, exiliados en su propio hogar, sirviéndonos de un lenguaje visual que remite al mundo del prisionero y de su soledad en un medio manifiestamente hostil.
Nuestra casa, el hogar dulce hogar, aparece envuelto en la rotundidad de una confesión artística, que hace referencias constantes al vacío de una convivencia imposible. La casa, por su proximidad y por su omnipresencia, es casi parte de nuestro cuerpo y una extensión de nuestra alma. El hogar fragmentado, actúa como el cuerpo amputado: parece estar pidiendo ayuda a gritos pero, sin embargo, lo hace en silencio, donde se limita a soportar su infinito dolor.
(Fragmento de texto para el catálogo Brumas y Temores)





En la vieja casa del pueblo de Cimadevila, se disipaba siempre la tormenta que reinaba en el interior de los invitados. Durante el período de siesta de calcinados veranos, la luz entraba entre las modestas contras de puertas oxidadas y mal cerradas, y el silencio aplacaba el espíritu, mientras yo aprovechaba para escapar á Pena, para desde lo alto, contemplar el horizonte y creerme libre del maleficio familiar.
Las figuras deambulan como espectros por un espacio que sienten y reconocen, mientras su mirada se presenta en perpetua alerta, a pesar de hallarse situados dentro del hogar familiar. La congoja, el remordimiento o la evidencia del castigo, no permite clemencia ni respiro, al tiempo que la condición humana se revela en perpetua fragilidad y al borde del desconsuelo, de la duda o del final abatimiento.
Habitar ha sido, desde los orígenes de la civilización humana, la manera que el hombre ha tenido de poseer su pequeño mundo. La arquitectura ha cambiado a medida que su habitante ha ido transformándose, de manera que la casa acaba convirtiéndose en un legado que puede ser heredado, como hereditarias son las experiencias conformadas en su interior, experiencias que pueden llegar a adquirir el carácter de permanencias/pertenencias.
Este relato de identidades, constituye un conflictivo territorio del que en ocasiones se huye y en otras, se persigue, como un manifiesto de desencuentros inconfesables. La casa y la familia entendidas como recinto, están llenas de contradicciones, puesto que se construyen desde el derecho a la intimidad pero también, en ocasiones, desde la imbatible amenaza tentacular de quien ejerce el dominio en su interior.

(Fragmento de texto para el catálogo Permanencias domésticas)




La doble ambigüedad del concepto (En) marcadas, reside precisamente en exponer públicamente, el estigma que arrastran estas mujeres (presentes/ausentes) marcadas privadamente en el interior del silenciado universo doméstico.
El marco afectivo de la casa es la carta de presentación de nuestro hogar, una construcción arquitectónica bajo la que late una pretendida intención de resultar sospechosamente agradable.
El género del retrato familiar, por otro lado, tiene algo de falso documental, que aquí hemos recreado mediante la inserción de unos hábitats arquitectónicos compuestos como solitarios escenarios de interiores.
El marco funciona como el teatro del drama familiar a partir del cual, es posible establecer una conexión entre el espacio físico de la casa, y el conjunto de relaciones emocionales que se establecen en su interior. Como marco de convivencia, la casa, funciona como una maquinaria transformada en un instrumento ideológico que es utilizado para establecer mecanismos de afecto, pero también, sobornos sentimentales e inimaginables sometimientos.

(Fragmento de texto para el catálogo En Marcadas)

La reflexión latente en el proyecto Co (le)lisiones, siguiendo el juego de palabras que se deriva de dos términos relacionados entre sí ( co-lesiones como variante irónica de co-lisiones) alude a las “heridas o lesiones” provocadas por el ejercicio de la violencia dentro del entorno familiar, bajo el deliberado disfraz de la lesión infantil o juvenil, fruto de una inocente “colisión doméstica”. Esta ejecución de la represión perfectamente disimulada, se presenta de manera leve y sutil, como velados son los mecanismos de “ocultación de la agresión doméstica”. En este caso, aparece personificada en niños, verdaderas víctimas silenciosas que soportan la perpetua vigilia de una atormentada convivencia sin posibilidad de recogimiento o huida.

                       (Fragmento de texto para el catálogo Co (le)lisiones)